Al entrar en la sala de la casa, me indicaron un cuarto a la izquierda, pequeño y bien cuidado. Mientras me dirigía a esa habitación, unas mujeres le decían a la que yacía en la cama: “El pastor está aquí, vino a verte”. De lejos, por la puerta abierta, ya podía ver la expectativa de la anciana de 93 años. Cuando las asistentes me explicaron que los huesos fraccionados de la cadera de doña Isabel[1] ya no tienen solución desde el punto de vista médico y ella nunca más volverá a caminar, exclamé en mis pensamientos: “¡Mi Dios! ¿Eso es vida?”
Pionera de la fe en su barrio, después de pasar décadas subiendo y descendiendo aquel cerro escarpado para ayudar a tantas personas, ahora no puede simplemente atravesar la calle para ir a la firme congregación que ayudó a establecer. ¡Qué ironía! Esos huesos que se movieron tanto para el bien de otros, ahora punzaban dentro de quien siempre se ofreció como un sacrificio voluntario de amor. Ella sujetó mi mano con fuerza y me pidió: “Pastor, no quiero morir, porque yo no quiero el salario del pecado”.[2] Su mirada era significativamente pensativa.
No tuve rodeos. Junto a ella, encaré el tema del fin de esta vida. Le expliqué que a pesar de que la muerte es el salario o paga del pecado para la humanidad, en el caso de ella, morir no sería un castigo por alguna culpa: “¿No entregó usted su corazón totalmente a Jesús? “Entonces usted está totalmente salva en él” Pero con su mirada me continuaba preguntando: “Pero entonces, ¿por qué voy a morir?” “Usted no va a morir. Solo va a cerrar los ojos mirando este techo, y al volver a abrirlos verá el rostro de Jesús regresando y podrá vivir para siempre con él”, la animé.[3] ¡Suspiró profundo! Y sonrió en paz.
Salí de aquella visita pastoral reflexionando intensamente: “Mi Dios, ¿qué estoy haciendo de mi vida?” De aquí a diez años, espero haber ayudado a mi esposa a concluir su segunda facultad, cambiado de auto, enviado a mi hijo al internado, comprado mi casa de campo y terminado el doctorado. ¿Qué estará haciendo usted en el 2021? Casi todos tenemos algo así en mente: en cinco años, estaré casado, jubilado, graduado, viviré en el exterior, tendré mi carnet de conductor, hablaré inglés con fluidez, etc.
¿Y doña Isabel?
Ella ya no tiene que adquirir bienes, concluir estudios, conquistar estatus, hacer mudanzas, ni una vida de pecado que experimentar. Solo le resta morir. Si desde su perspectiva la próxima cosa en su vida es estar con Jesús, ¿quién tiene mayor expectativa de vida: nosotros que todavía tenemos décadas por delante o ella que ya está con tiempo prestado?[4] ¡Mi Dios! ¿Qué es estar vivo? “Un sueño breve y despertar para vivir por la eternidad.”[5]
Cuanto más cerca del fin, más cerca de volver a vivir, porque en la cronología personal de cada uno “nuestro último día es nuestro primer día… el día de nuestra muerte es el primer día de nuestra vida eterna”.[6]
¿Entiende lo que es reavivarse? ¡Es permitir su muerte![7] Si usted está listo a no apegarse a nada de esta vida, ni a la propia vida, entonces usted está listo para ser un reavivado. Todavía quiero festejar muchos cumpleaños de doña Isabel, pero me alegro al imaginar cuán cerca debe estar de ese día.[8] Debemos estar así como una semilla lista para ser lanzada al suelo[9], a solo una muerte del regreso de Jesús. Esta es la transición de esta vida a la vida eterna y usted puede permitir que suceda en cualquier momento de su vida.[10] ¿Qué vida está viviendo usted actualmente, la vida mortal de este mundo o la vida eterna en Cristo Jesús? ¡Reavívese!
Pr. Valdeci Jr.
[1] Pseudónimo creado con el objetivo de proteger la imagen de la persona real a quien hice visita de atención pastoral.
[2] Refiriéndose a Romanos 6:23.
[3] “El cristiano puede cerrar los ojos en el sueño de la muerte durante tal vez cien años; sin embargo, a él le parecerá el mismo instante cuando abra los ojos y vea a Jesús. En pocos momentos podrá mirar el rostro del Salvador” (George Vandeman: evangelista internacional televisivo en el programa Está Escrito, de 1956 a 1991).
[4] Salmo 90:10.
[5] John Donne: decano de la Catedral de São Paulo, diócesis anglicana de Londres, de 1621 a 1631.
[6] Ibíd.
[7] Mateo 10: 32-33; 16:25-26; Marcos 8:35; Hechos 20:24; Romanos 14:8; Gálatas 2:20.
[8] Isaías 25:9.
[9] Apocalipsis 14:13.
[10] Juan 3:16.
Fonte: http://noticias.adventistas.org/es/columna/valdeci-junior/estamos-solo-una-muerte/
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